En busca de Adán y Eva

Primera parte

La comunidad científica alcanzó hace pocas décadas un buen nivel de consenso sobre el origen de nuestra especie. Si bien todavía pueden surgir aportes de hipótesis como la del origen múltiple, que establecía que la evolución del Homo sapiens confluyó desde varias poblaciones dispersas por el mundo, es la idea del “Origen reciente” la que parece haber triunfado en la suerte de selección darwiniana de hipótesis que configura la historia de la ciencia. Según esta teoría, todos los seres humanos descendemos de una población centro-sudafricana que vivió hace aproximadamente 200 millones de años. Estos primeros humanos “anatómicamente modernos” emigraron fuera de África hace un máximo de 100.000 años (aunque la datación exacta de esta salida es todavía controversial), en migraciones que están todavía siendo reconstruidas a través de mapas genéticos y lingüísticos. La historia “previa” del Homo sapiens se remonta a millones de años en el pasado, y comienza –por imponer un límite al retroceso– con el antecesor común de todos los primates.
Esta entrega de La exhibición de atrocidades se centrará en la historia de los primeros humanos anatómicamente modernos; la siguiente remontará el camino hacia atrás.

El hecho de admitir la hipótesis del origen reciente no implica que en el genoma humano no puedan ser encontradas marcas de otras especies cercanas; el Homo Neanderthalensis, por ejemplo, contribuyó al 4% del genoma de todos aquellos humanos no africanos, y recientemente se han encontrado pruebas que vinculan a una especie fósil descubierta en 2010 –el “Homínido de Denisova”– con las poblaciones melanesias, que habrían recibido de estos homínidos hasta un 6% de su genoma. Esto abre un panorama más complejo de los primeros tiempos de la humanidad, concretamente el de las largas migraciones por Asia y las islas del Pacífico. En cualquier caso, los humanos anatómicamente modernos, los Neanderthal y los Homínidos de Denisova comparten un ancestro que vivió hace aproximadamente un millón de años, y convivieron hasta hace unos 40.000 años o quizá poco menos.
Los únicos pueblos que han conservado una línea directa con los primeros humanos anatómicamente modernos son los khoisan. Este nombre abarca al menos dos grupos que habitan el sur de África, los san y los khoi, llamados “hotentotes” o “bosquimanos” (generalmente identificando a los pastoralistas khoi con la primera designación y a los cazadores-recolectoras san con la segunda) por los colonos europeos. Estudios genéticos realizados sobre el cromosoma Y (que se transmite de padres a hijos) establecieron que los khoisan registran la divergencia más antigua con respecto al ancestro común de todos los seres humanos.
Estos estudios sobre el cromosoma Y señalan que todos los seres humanos descendemos patrilinealmente de un hombre que vivió hace no más de 90.000 años y no menos de 60.000. Esto no quiere decir, por supuesto, que ese señor haya sido el “primer hombre” ni mucho menos que era el único Homo Sapiens en medio de una tribu de homínidos ya extinguidos que intentaban comunicarse con él a través de gruñidos. Se trata del ancestro común más antiguo datable a través de la investigación genética; sus otros contemporáneos humanos sencillamente no tuvieron descendientes que sobrevivieran hasta el presente. Este “Adán Cromosomal-Y”, como se lo ha llamado, tenía rasgos similares a los actuales khoisan, es decir piel amarronada, pómulos altos y pliegue epicántico a la manera de las poblaciones del noreste de Asia.
Estudios análogos sobre el ADN mitocondrial (ADNm) señalan que todos los humanos descendemos matrilinealmente de una mujer que vivió en África Oriental hace unos 200.000 años. Esta “Eva mitocondrial” debió pertenecer a la primera comunidad de homínidos en los que las sucesivas mutaciones genéticas derivaron en la emergencia de una especie distinta, el Homo Sapiens Sapiens al que pertenecemos. Una vez más, esta “Eva” no fue la única mujer humana de su época, sino que sus contemporáneas, por alguna razón, no tuvieron descendencia que sobreviviera al paso del tiempo.
El estudio de las poblaciones arroja pistas que permiten explicar la diferencia de aproximadamente 100.000 años entre el ancestro más antiguo por vía matrilineal y el más antiguo por vía patrilineal.
Algunas de las hipótesis planteadas para explicar esa diferencia incluyen la noción de una gran catástrofe que habría dado cuenta de gran parte de la población humana, eliminando líneas genéticas que descendían de hombres contemporáneos del Adán Cromosomal-Y; también se ha señalado que un hombre del paleolítico no tenía las mismas posibilidades que una mujer de transmitir su información genética a un buen número de hijos fértiles. Algunos no tendrían descendencia alguna y otros lo harían con múltiples mujeres, y bastaba que una de ellas tuviera una hija para que ese cromosoma Y no prosperara. La genética de poblaciones, además, establece que en casos de rápido crecimiento de población, las líneas patrilineales son más proclives a extinguirse cuando la población crece a un ritmo muy reducido (un “cuello de botella” poblacional). Esto nos devuelve a la teoría de la catástrofe. Dado que el ancestro común de una población varía según el tiempo, hace cincuenta mil años, por ejemplo, si alguien hubiese datado la aparición del Adán Cromosomal-Y hubiese dado con una fecha muy anterior a la que marcamos actualmente. Por lo tanto, si una enorme cantidad de hombres murieron en algún punto de la historia (hombres que podían llevar diferentes mutaciones del cromosoma Y), el ancestro común de los sobrevivientes pasaría a ubicarse en una fecha mucho más temprana, ya que si decrece la “variedad” poblacional de mutaciones del cromosoma Y, los sobrevivientes son “más parecidos” entre ellos –lo que postula un ancestro común más reciente. Ha sido propuesta entonces la llamada “Teoría de la catástrofe de Toba”, que señala la posibilidad de que una gigantesca erupción volcánica en el Océano Índico ocasionara una serie de desequilibrios medioambientales –entre ellos un invierno volcánico con su consiguiente reducción de temperaturas– que terminó prácticamente extinguiendo a la especie humana. Este evento, según los partidarios de la teoría, habría reducido la población de seres humanos a unas 1000 parejas reproductoras, lo cual ocasionó la fecha temprana –en relación a la Eva mitocondrial– del Adán Cromosomal-Y.
Para los tiempos de la posible catástrofe los humanos quizá aún no habían abandonado África y el cercano oriente. Las versiones más cautelosas de la teoría del origen africano datan la migración por Asia y Europa hacia el 50.000 AC, así como la llegada a Australia hacia el 40.000. Las poblaciones de cercano oriente pudieron haber migrado hacia el interior de Asia y encontrado otros homínidos allí, entre ellos el Homo Neanderthalensis, el Homo Erectus y el Homo Florisensis, y probablemente se extinguieron o subsistieron mínimamente hasta la llegada de una segunda ola migratoria decenas de miles de años más tarde.
El mapa poblacional del cromosoma Y, entonces, señala una primera mutación que diverge del genoma primario del Adán Cromosomal-Y. Esta mutación, a su vez, divide dos grandes poblaciones, el haplogrupo A y el haplogrupo BT (un haplogrupo es un grupo de características genéticas derivadas de un ancestro común). La primera divergencia constituye al haplogrupo A, y se dio con la llamada “mutación M91”; como ya hemos dicho, esta mutación se encuentra únicamente en África Subsahariana y en grupos que descienden de estas poblaciones. La mayor incidencia del gen M91 se encuentra en los khoisan, pero también aparece, en menor medida, en poblaciones etíopes y nilóticas.
La siguiente divergencia es la del haplogrupo B, que se encuentra especialmente en los grupos denominados “pigmeos”, un término griego que designaba una mítica tribu de enanos que habitaba el territorio de la India y la actual Etiopía. Los colonos emplearon el término para referirse a una gran variedad de comunidades, entre ellas los aka, los efé, los twa y los mbuti, todos ellos habitantes de África Central. En la actualidad, los “pigmeos” padecen discriminación e incluso persecución; durante las guerras del Congo, por ejemplo, y también en el genocidio de Rwanda, sus poblaciones fueron diezmadas. Además, la deforestación está afectando terriblemente su modo de vida.
Otro pueblo con incidencia de las características genéticas del haplogrupo B son los hazda o hazdabe, del norte de Tanzania. El idioma hablado por esta comunidad era considerado muy similar al de los khoisan (especialmente por el uso de clicks o chasquidos), pero investigaciones posteriores lo han convertido en un lenguaje aislado, sin parentesco evidente con ningún otro conocido.
La siguiente gran divergencia ocurre en el llamado macro-haplogrupo CT, definido por las mutaciones M168 y M294. Se trata de las primeras poblaciones no africanas, y subdivisiones de este grupo son encontradas en todos los continentes. Otros haplogrupos de mutación posterior incluyen el DE, encontrado mayoritariamente en Asia, y el E, encontrado en África y Europa mediterránea.
Según este panorama genético, los primeros humanos anatómicamente modernos habrían abandonado África hacia el 70.000 AC. Esta primera migración hacia Asia ocurrió a través del Mar Rojo, específicamente en los actuales territorios de Eritrea y Yemen, y ocupó a un muy reducido número de personas: probablemente entre 150 y 1000. Sin embargo, descubrimientos recientes han puesto en duda este panorama, dado el hallazgo de herramientas de piedra en el actual territorio de Emiratos Árabes Unidos, datables en unos 125.000 años de antigüedad. Este descubrimiento, por supuesto, es controversial; algunos han señalado que las herramientas pudieron haber sido trabajadas por otras poblaciones humanas no pertenecientes al Homo Sapiens Sapiens.
Otra migración podría haber tenido lugar remontando el curso del Nilo y luego accediendo a Asia a través del Sinaí. La primera oleada migratoria habría llegado tan lejos como Australia, y se ha sugerido que los actuales pueblos originarios (antes llamados “aborígenes”) son descendientes de los primeros humanos que migraron a Oceanía. El camino hacia Australia es llamado por algunos la “gran migración por la costa”, ya que bordeó las orillas del Océano Índico. En este proceso ocurrieron diversas mutaciones del cromosoma Y, que definieron haplogrupos menores dentro del haplogrupo CT.
La segunda migración alcanzó Asia Central y a partir de allí se dividió en dos grandes grupos. Uno de ellos se encaminó hacia el este del continente y el otro hacia Europa. En cuanto a la población de las Américas, han sido propuestos varios modelos diferentes, pero en general se acepta que de los grupos que migraron hacia el este de Asia algunos prosiguieron hacia el estrecho de Bering y de allí cruzaron (no antes del 30.000 AC) a América del Norte.

 
Segunda parte

El Homo sapiens es la única especie sobreviviente del género Homo. De todas las especies extintas, la primera en aparecer fue el Homo gautenengsis, que evolucionó hace unos 2 millones de años a partir de poblaciones de australopitecinos (como veremos en la próxima entrega de este artículo) y se extinguió hace unos 600.000 años, antes de la aparición de las formas más recientes del género (Homo sapiens, Homo neanderthalensis, etc). Homo gautenengsis fue contemporáneo de varias especies del género Australopithecus; de hecho, algunas de estas especies aparecieron posteriormente a la emergencia de H.gautenengsis, lo cual sugiere que la mayoría de las especies de australopitecinos no son en rigor antepasados de los actuales seres humanos sino una línea divergente, cuyo punto de bifurcación en australopitecinos por un lado y miembros del género Homo por otro aún no ha sido establecido con exactitud. Homo gautenengsis fue descubierto en Sudáfrica en 2010, e identificado como una especie diferenciada a partir del estudio de una mandíbula.
Si seguimos ordenando las diferentes especies del género Homo por su antigüedad, la que sigue al Homo gautenengsis es el Homo habilis, el primer miembro descubierto del género Homo. El nombre recibido por esta especie apunta a su capacidad (probada por hallazgos arqueológicos) para emplear y desarrollar herramientas. Si bien no es el primer homínido en implementar una tecnología basada en la piedra, existe un salto cualitativo importante entre las herramientas utilizadas por el Homo habilis y las asociadas a especies más antiguas.
Usualmente se atribuye el nombre “homínidos” a todos los primates antiguamente llamados “superiores”, es decir los actuales seres humanos, chimpancés, gorilas y orangutanes; “homininos” es empleado para todos aquellos primates –en su mayoría fósiles– que evolucionaron a partir del punto en que divergen los genomas de los gorilas, por un lado, y chimpancés y humanos, por otro; “hominina”, por último, es empleado para referirse a una subfamilia del grupo de los homininos, posteriores todos ellos al punto de divergencia entre el genoma de los chimpancés, por un lado, y los humanos y otras especies extintas, por otro. Homo habilis coexistió con especies de hominina que pertenecen a líneas de evolución divergentes de la que conduce al Homo sapiens, entre ellos el Paranthropus boisei, que hasta hace poco era clasificado dentro del género de los australopitecinos, y también con otras especies del género Homo más cercanas a nosotros, como por ejemplo el Homo erectus.
Las primeras mutaciones divergentes de la especie Homo habilis podrían ser las que establecieron al Homo georgicus, considerado una suerte de “especie intermedia” entre H.habilis y H.erectus. Fue encontrado en 2002 en Georgia, y probablemente vivió hace unos 1,7 millones de años. Es el miembro más antiguo del género Homo encontrado fuera de África. Su estatura era aproximadamente la mitad de la de un humano contemporáneo, aunque se ha encontrado un dimorfismo sexual muy fuerte, lo que indica que los hombres eran considerablemente más grandes que las mujeres.
Aparecido hace alrededor de 1,4 millones de años, el Homo erectus es una de las especies mejor conocidas del género Homo, y, de hecho, es la que más tiempo ha permanecido en el planeta. Los seres humanos llevamos apenas unos 150.000 años (quizá 200, pero no más); H.erectus, en cambio, prolongó su estadía en la Tierra por más de un millón doscientos mil años. Es posible que su extinción, hacia el 70.000 AC, se debiera a la llamada “Catástrofe de Toba”, una erupción volcánica de enorme magnitud ocurrida en la actual Indonesia. Esta misma catástrofe habría reducido terriblemente el número de parejas reproductivas humanas, lo cual, entre otras cosas,  modificó –como vimos en el artículo anterior– la fecha de vida del ancestro patrilineal más temprano de los seres humanos anatómicamente modernos. El invierno causado por las enormes cantidades de ceniza debió además extinguir por completo otras especies, entre ellas H.erectus.
Algunos paleontólogos distinguen dos poblaciones de esta especie: H.erectus propiamente dicha, extendida ante todo por Asia, y H.ergaster, encontrado en Europa y África. En cualquier caso, ambas especies compartían la postura completamente bípeda y el control del fuego, y ambas abandonaron África hace aproximadamente 1,8 millones de años y a través del Mar Rojo. Es posible además que tanto ergaster como erectus hayan sido las primeras especies del género Homo en desarrollar el lenguaje.
Las poblaciones no asiáticas de H.ergaster evolucionaron hace 1,2 millones de años en la especie ahora conocida como Homo antecessor, descubierta en España. Ergaster era más alto que sus predecesores y su cerebro llegaba a un volumen de 1.000 cm3 (el promedio para un humano anatómicamente moderno es de 1.350 cm3).
Algunos paleontólogos han establecido la existencia de otra especie dentro del género Homo contemporánea de H.ergaster y también europea. Se trata de H.cepranensis, descubierto en 1994, y posiblemente se extinguió hace unos 350.000 años.
Entre las poblaciones de H.ergaster, H.antecessor y quizá también H.cepranensis surgió la especie postulada como antecesor directo de los humanos anatómicamente modernos: se trata del H.heildelbergensis, que apareció hace 600.000 años y se extinguió 200.000 años después. Era muy similar morfológicamente a H.ergaster, sólo que con una capacidad craneana superior. Las herramientas encontradas junto a sus restos muestran un nivel casi igual al de la tecnología paleolítica del H.sapiens.
Algunas teorías señalan que la mutación de ergaster a heildelbergensis ocurrió en África, y que las primeras poblaciones de esta especie fueron separadas por eventos de clima extremo vinculados a la última edad de hielo, que comenzó hace unos 300.000 años. La población más septentrional de heildelbergensis se trasladó a Europa y Cercano Oriente, mientras que la austral permaneció en África y originó, con el paso de los siglos, a los primeros Homo sapiens.
Hay evidencia que señala que H.heildelbergensis fue la primera especie del género Homo en enterrar a sus muertos. También existen indicios de uso de proyectiles probablemente empleados para cazar animales. Algunos restos fósiles de H.heildelbergensis encontrados en Sudáfrica sugieren que su estatura rebasaba ampliamente la de los humanos anatómicamente modernos, alcanzando un promedio de 2,13 m. Estos “gigantes” sudafricanos se habrían extinguido, junto a otras poblaciones de H.heildelbergensis hace unos 300.000 años.
Los partidarios de la teoría de la división de H.heildelbergensis en dos grupos sugieren que la población que migró hacia el norte de África y Europa es la que originó al “Hombre de Neanderthal”, o Homo neanderthalensis. Estudios basados en el ADN mitocondrial señalan que el antepasado común de los humanos anatómicamente modernos y H.neanderthalensis debió vivir hace 600.000 años; si seguimos la teoría de las dos poblaciones, este antepasado común debió permanecer en África y desarrollar mutaciones que lo convirtieron en H.sapiens, mientras una evolución divergente produjo al H.neandetrhalensis entre los que habían abandonado el continente Africano.
Las características características de H.neanderthalensis aparecieron aproximadamente hace 130.000 años entre poblaciones de H.heildelbergensis, y sobrevivieron hasta hace 24.000 años, momento que señalaría la extinción de la especie, cuyas últimas poblaciones vivieron en la Península Ibérica. Durante los últimos 20.000 años de vida de los Neanderthal se produjo una abundante mezcla genética con H.sapiens que llegaban a Europa provenientes de Asia Central y Cercano Oriente. Como resultado de esto, todos los que contamos con antepasados euroasiáticos poseemos hasta un 4% de genoma neanderthal.
H.neanderthal era un poco más bajo que el promedio para los humanos anatómicamente modernos (alrededor de 1,60m) y su capacidad craneana era igual o mayor. La especie llegó a poblar toda Europa y parte de Asia, desde el actual Portugal hasta el macizo de Altái en las actuales Rusia, China, Mongolia y Kazajistán.
Otra especie que sobrevivió hasta fechas tempranas es el H.floresiensis, que se habría extinguido hace unos 12.000 años. Se lo conoce también como “hobbit”, dada su escasa estatura (aproximadamente un metro), y hasta hace no mucho tiempo se pensó que los restos encontrados pertenecían a una H.sapiens que padecía alguna forma de enanismo. Estudios genéticos posteriores establecieron que se trata de una especie diferente.
Una característica enigmática de H.floresiensis es su reducida capacidad craneana, comparable a la de un chimpancé. Sin embargo, entre los restos encontrados hay evidencia de comportamientos avanzados como uso del fuego para cocinar y empleo de huesos como herramientas. Algunos paleontólogos han señalado que cierta área del cerebro –conocida como área 10 de Brodmann– asociada a la autoconsciencia, tenía en H.floresiensis el mismo tamaño que en los humanos anatómicamente modernos, pese al reducido tamaño del cráneo en general.
H.floresiensis habitaba la isla de Flores, en la actual Indonesia. Se ha señalado que una erupción volcánica hace unos 12.000 años pudo ser la causa de su desaparición; sin embargo, algunos relatos míticos entre la población de humanos anatómicamente modernos en la isla hablan de los Ebu Gogo, pequeños y peludos habitantes de las cavernas que habrían sobrevivido al menos hasta el siglo XVI o que, para muchos criptobiólogos, todavía viven ocultos en las secciones inexploradas de las selvas de Indonesia. De ser así, la afirmación que abrió este artículo sería falsa y la especie sapiens no sería la única del género Homo en habitar la Tierra en el presente.


Tercera parte

En el artículo anterior examinamos las diversas especies del género Homo, de las cuales es casi seguro que sólo sobreviva el Homo sapiens, aparecido hace no más de 200.000 años. Las especies Homo habilis, Homo ergaster y Homo erectus son consideradas las primeras del género; es posible que hayan derivado de mutaciones ocurridas en poblaciones de un hominino conocido como Kenyanthropus platyops, (al que volveremos al final del artículo) descubierto en 1999 en el Lago Turkana, Kenya. Para algunos, esta especie en realidad pertenece al género de los australopitecinos, por lo que debería llevar el nombre de Australopithecus platyops; otros lo proponen el único ejemplo conocido del género Kenyanthropus, y algunos, los menos, lo consideran un ejemplar de Australopithecus afarensis. En cualquier caso, es el género Australopithecus el que debemos examinar si queremos seguir rastreando hacia atrás el camino evolutivo de la humanidad.
Los australopitecinos aparecieron en el oriente de África hace unos cuatro millones de años y se exintinguieron más de dos millones de años después. Hasta la fecha no existe consenso acerca de las especies que integran este género; la lista más aceptada, sin embargo, incluye a los A. anamensis, A. afarensis, A. sediba, A. africanus, A. garhi, A. bahrelghazali, A.robustus, A. aethiopicus y A. boisei. Algunos distinguen a los australopitecinos “robustos” (A. robustus, A. aethiopicus y A. boisei) de los “gráciles”, y proponen para ellos un género aparte, Paranthropus.
En cualquier caso, quienes aceptan la existencia en cuanto género aparte de los parantropitecinos, dejan claro que su línea evolutiva no prosperó, de modo que los primeros representantes del género Homo debieron derivar de mutaciones ocurridas en poblaciones de australopitecinos “gráciles”.
Paranthropus aethiopicus (o Australopithecus aethiopicus) fue descubierto en 1985 por Alan Walker al oeste de Turkana, en Kenia. El primer fósil encontrado llevó el nombre de “el cráneo negro” por su coloración (bastante ominosa) debida a altos niveles de manganeso en el terreno, que terminaron contaminando al hueso fosilizado. Fue datado en 2,5 millones de años y se estimó que la especie había aparecido unos doscientos mil años atrás. Ha sido sugerido que se trata del parantropitecino más antiguo, de modo que las siguientes especies (P. robustus y P. boisei) serían sus descendientes; es posible, también, que haya aparecido en el seno de una población de la especie A. afarensis. El cráneo presenta rasgos muy fuertes: entre ellos, grandes arcos zigomáticos (similares a los de los gorilas) y una notoria cresta sagital; ambos rasgos están asociados a animales con mordidas poderosas, como perros, gorilas y leones, por lo que es altamente probable que aethiopicus se alimentara de vegetales duros.
La siguiente especie del género es Paranthropus boisei, que habría aparecido hace 2,6 millones de años y sobrevivido hasta hace 1,2. Sus fósiles fueron descubiertos en 1959, en la Garganta de Olduvai, Tanzania; originalmente fue denominado Zinjanthropus boisei, pero pronto quedó claro que no había razón alguna para crear un género específico del que formara parte, por lo que terminó siendo clasificado dentro de los australopitecinos, más específicamente los “robustos” y, más tarde, dentro de los parantropitecinos, a medida que cobraba más seguidores la hipótesis de que todas las especies “robustas” formaban parte de un género aparte. Una de las características principales de P. boisei es su dentición compuesta por piezas grandes y aplanadas, indicio de una dieta estrictamente herbívora.
El parantropitecino más reciente es Paranthropus robustus, descubierto en 1938. Sus características craneanas generales son similares a las de P. aethiopicus; habría aparecido hace unos 2,3 millones de años y se extinguió un 1,2 millones de años más tarde. Algunos creen que fue en una población de P. robustus que surgieron las mutaciones de los primeros representantes del género Homo, pero no hay todavía consenso al respecto. Recientemente ha sido señalado que su dieta era más variada que la de aethiopicus, lo cual le dio cierta ventaja adaptativa.
Todos los parantropitecinos comparten un cerebro de tamaño similar al del gorila y un notorio dimorfismo sexual: mientras los machos alcanzaban una altura de 1,3 metros, las hembras apenas alcanzaban el metro.
Las otras especies de australopitecinos son a veces catalogadas bajo el término de “gráciles”, aunque también ha sido propuesto, para las especies más primitivas, el género Preanthropus, no del todo aceptado en la actualidad. La primera especie del género en aparecer sería Australopithecus anamensis, hace unos 4,2 millones de años. Poseía unos caninos muy pronunciados, así como también grandes molares, y características similares a las de su descendiente Australopithecus afarensis, que apareció hace 3,9 millones de años para extinguirse un millón de años más tarde. Todos los homininos posteriores (incluyéndonos y al resto del género Homo) descienden –según las hipótesis más difundidas– de esta especie  descubierta en 1974 en la depresión de Afar, Etiopía.
El primer hallazgo de A. afarensis fue bautizado “Lucy”, por la canción de The Beatles “Lucy in the sky with diamonds”, del LP Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. La característica más llamativa del fósil era la articulación de la rodilla, que sugería bipedestación, por lo que se estimó que A. afarensis debió ser uno de los primeros homininos en caminar erguido. Las características craneanas sugieren un cerebro pequeño, de aproximadamente 430 centímetros cúbicos, similar a la de un chimpancé o un orangután. Ciertos hallazgos de 2010 establecen que empleaba herramientas rudimentarias para arrancar la carne de los huesos.
La siguiente especie en antigüedad es Australopithecus bahrelghazali, descubierto en 1993 en la localidad de Bar el Ghazal, Chad. Vivió hace 3,6 millones de años y es muy similar a A. afarensis, hasta el punto que algunos paleoantropólogos no lo consideran una especie diferenciada.
Australopithecus africanus, descubierto en 1924, habría aparecido hace 2,85 millones de años y sobrevivido no más de 800.000 años. Fue el primer ejemplar fósil de australopitecino encontrado, y el término elegido por su descubridor, Raymond Dart, significa “mono sureño de África”. Era la primera vez que la palabra “australopithecus” era empleada; de hecho, Dart propuso su hallazgo (el llamado “niño de Taung”) como el famoso “eslabón perdido” entre los monos y los seres humanos (noción ahora descartada). El cráneo de A. africanus es notoramiente más “humano” que el de afarensis, y su capacidad craneana es un poco mayor, alrededor de 452 cm3.
Sigue Australopithecus garhi, que habitó la actual Etiopía hace aproximadamente 2,5 millones de años. Fue descubierto en 1994 y se sugirió que podía tratarse del vínculo entre los australopitecinos y Homo habilis, aunque posteriormente se señaló que tanto garhi como la especie posterior, A. sediba, fueron en realidad contemporáneos de los primeros miembros del género Homo, por lo que la cuestión de ancestría se vuelve más complicada, como veremos de inmediato. En cualquier caso, los restos de A. garhi, si bien son similares en capacidad craneana a los de A. africanus, presentan molares más parecidos a los de las especies “robustas” (los parantropitecinos), por lo que quizá representaran un nexo entre ambos grupos. Entre los restos fósiles de A. garhi fueron encontradas herramientas de piedra muy similares a la llamada “tecnología Olduvayense”, también conocida como pre-achelense o paleolítico inferior arcaico.
Australopithecus sediba es el miembro más reciente –encontrado hasta la fecha– del género de los australopitecinos. Apareció hace 1,9 millones de años en Sudáfrica y poseía un cráneo todavía diminuto (similar en ese sentido al resto de los australopitecinos), pero además nariz y dientes más pequeños y “humanos”. Fue propuesto también como una especie de transición, de la cual podría haber surgido H. habilis y también H. erectus. Quienes niegan esa calificación aducen que los fósiles de Homo gautengensis (que habría aparecido hace 2 millones de años) son más antiguos y, por lo tanto, no es posible que A. sediba sea un antepasado directo del género Homo.
Probablemente sí lo sea el más antiguo A. garhi, aunque se ha señalado la existencia de una especie llamada Homo rudolfensis, que tendría como mínimo 2,4 millones de años de antigüedad (aunque la mayoría de los restos fósiles encontrados datan de 1,9 millones de años atrás), mucho más similar a H. erectus y a H. habilis que a los australopitecinos y, por tanto, clasificado como perteneciente al género Homo; si esto fuera así, por supuesto, la especie de transición entre los australopitecinos y el género Homo debió ser más antigua que A. garhi.
H. rudolfensis fue llamado originalmente Pitecanthropus rudolfensis, pero desde su descubrimiento en 1972 el término fue descartado. La proposición de incluirlo al género Homo fue hecha en 1986, pero posteriormente se pensó también en clasificarlo dentro de los australopitecinos, por lo que no necesariamente se trata de la especie más antigua del género Homo. Ha sido señalado también que se trata de un descendiente directo de Kenyanthropus platyops, hominino que mencionábamos al comienzo de este artículo. Si esta teoría ganara aceptación, podría generarse un consenso en la comunidad científica acerca del nexo entre los australopitecinos y el género Homo.
K. platyops vivió hace 3,5 millones de años y poseía características similares a las de A. afarensis; si el género homo surgió entre los descendientes de esta especie, entonces todos los australopitecinos posteriores (todos los “robustos” o paranthropitecinos más A. bahrelghazali, A. africanus, A. garhi y A. sediba) representarían una línea alternativa a la que condujo al género Homo, de modo que el único australopitecino que realmente pertenece a la ancestría de la humanidad sería A. afarensis.
En cuanto a su antecesor, A. anamensis, algunos paleoantropólogos lo clasifican como perteneciente a un género aparte, llamado Preanthropus, que marcaría la transición entre formas más primitivas y los australopitecinos. En la próxima entrega de este trabajo examinaremos estas hipótesis junto los géneros Ardipithecus, Seleanthropus y Orrorin, entre los que podría encontrarse en ancestro común de los homininos y  los chimpancés.


Publicado originalmente en las revistas Otro Cielo #12 (primera parte), #13 (segunda parte) y #14 (tercera parte)
 


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